miércoles, 30 de noviembre de 2016

Alejandro Magno (I)

Alejandro Magno (21 de julio de 356 a. C.-13 de junio de 323 a. C.)

Hasta hace poco tiempo, en las noches de temporal, los pescadores de las islas griegas del Egeo, clamaban al mar embravecido gritando:

- "¿Poù ine ò Megalexandros?" (¿Dónde estás Alejandro Magno?).
Y ellos mismos se respondían: -"¡Zi ke vassilevi!" ("Vive y reina").

Creían que así rindiendo obediencia al soberano del mundo, el mar se calmaría.

También en Oriente Medio y Asia Menor, pervive el nombre de Alejandro, ya no sólo en multitud de cuentos de Las Mil y una Noches, en los que es mencionado como Iskander, sino que, en ciertos pueblos del este de Afganistán, todavía se dice que los caballos de los jefes descienden de Bucéfalo, el corcel de batalla del caudillo macedonio.

¿A qué se debe semejante fama? ¿Qué tenía aquel joven que sólo vivió 33 años y apenas reinó durante 13 para que su recuerdo permanezca tan arraigado 2.300 años después de su muerte? Si te interesa, no lo dudes y sigue leyendo, porque esta es su historia.

Hijo de Filipo II, rey de Macedonia y conquistador de Grecia, y de Olimpia, hija del rey del Épiro; el día de su nacimiento se tuvo noticia en la capital de tres triunfos: el del general Parmenión frente a los Ilirios, la victoria del sitio a una ciudad portuaria por su padre y la victoria del carro del rey en competición, que fueron considerados increíbles augurios en aquel tiempo. Cuenta la leyenda que, el mismo día en que nació Alejandro, un extravagante pirómano incendió una de las Siete Maravillas del Mundo, el templo de Artemisa en Éfeso, aprovechando la ausencia de la diosa, que había acudido a tutelar el nacimiento del príncipe. Cuando fue detenido, confesó que lo había hecho para que su nombre pasara a la historia. Las autoridades lo ejecutaron y ordenaron que desapareciese hasta el más recóndito testimonio de su paso por el mundo y prohibieron que nadie pronunciase jamás su nombre. Pero más de dos mil años después todavía se recuerda la infame tropelía del perturbado Eróstrato. Pero los sacerdotes de Éfeso, vieron en la catástrofe el símbolo inequívoco de que alguien, en alguna parte del mundo, acababa de nacer para reinar sobre todo el Oriente. Y según cuenta Plutarco, su nacimiento ocurrió durante una noche de vientos huracanados, que los augures interpretaron como el anuncio de Júpiter de que su existencia sería gloriosa.

Alejandro Magno junto a sus Padres, Filipo II y Olimpia, en la actual Skopje

Desde su primera infancia demostró poseer un carácter generoso y, parece ser que siempre se mostró seguro de sí mismo. De hecho, las fuentes dicen que, siendo todavía un niño se encontraba junto a su primer perceptor, Leónidas, ofreciendo incienso ante los dioses en un altar y debido a su prodigalidad con la cara resina, Leónidas, enojado, le reprochó con estas palabras:

- “Para hacer tan abundantes ofrendas, es preciso que esperes a que seas dueño del país del incienso”.

Años más tarde, cuando Alejandro fue señor de toda Asia, envió a su antiguo maestro, ya anciano, la increíble cantidad de cien talentos de aromas con lo siguiente carta:

- "Según tú, yo lo desperdiciaba. Y ya ves cómo los dioses me devuelven, con creces, lo que yo desperdicié por ellos."

A los trece años fue puesto bajo la tutela de Aristóteles, que sería su maestro en política, elocuencia e historia natural. El filósofo le transmitió la afición a la mitología y a la poesía de Grecia, al mismo tiempo que despertaba su interés por la filosofía y le mostraba al joven la magnitud de las hazañas de los griegos a lo largo de la historia.


 Alejandro, junto a sus futuros generales, recibe lecciones de Aristóteles

Los tres años que Alejandro estudió con Aristóteles tuvieron una importancia enorme para su formación. A través de sus enseñanzas planteó los proyectos de la expansión macedónica y la conquista de Persia que ya planteara Filipo, indentificándose con ellos y transformándolos en el objetivo principal de su propia vida. Además, a lo largo de su viaje, nunca dejó de escribirse con su mentor, al que enviaba extraños animales disecados, plantas desconocidas y todo tipo de curiosidades y relatos de todo aquello que encontró durante su expedición.

La rigurosa educación recibida por Alejandro lo tornó precozmente maduro; y, a pesar de su temperamento impetuoso, generalmente no se dejaba arrastrar por los impulsos. El historiador Plutarco afirma que “su moderación en los placeres se hizo notar desde los tiempos de su juventud”. Alejandro deseaba la gloria, pero no “cualquier gloria, adquirida sin esfuerzo”. Sólo las victorias conquistadas mediante el sacrificio y la tenacidad le parecían valiosas. Cierta vez sus amigos le preguntaron, al repartir un botín y no quedarse con nada del mismo, que qué guardaba para sí: “La gloria”, les respondió.

Otra anécdota dice que Filipo había comprado un gran caballo al que nadie conseguía montar ni domar. Alejandro, aún siendo un niño de 9 años, se dio cuenta de que el caballo se asustaba de su propia sombra y lo montó dirigiendo su vista hacia el sol. A partir de entonces, Bucéfalo fue la montura de Alejandro y le acompañaría en sus conquistas, hasta que murió a la edad de 30 años, en su memoria, Alejandro fundó la ciudad de Alejandría Bucéfala.
 Alejandro, siendo todavía un niño, consigue domar a Bucéfalo

Además, tras domarlo, su padre le dijo: "Búscate otro reino, hijo, pues Macedonia no es lo suficientemente grande para ti". Y eso hizo, pues a los 20 años Alejandro comenzó la expedición de conquista del Imperio Persa, a lomos de ese mismo caballo.

Muy pronto, con sólo 16 años, (340 a. C.) su padre lo asoció a tareas del gobierno nombrándolo regente y dos años después, en el 338 a. C.,dirigió la caballería macedónica en la batalla de Queronea. En ésta, Filipo derrotó a la Liga formada por Atenas, Tebas y varias ciudades-estados del Peloponeso, asegurándose el dominio sobre Grecia. Sin embargo, impuso su política sin anexar el territorio conquistado, garantizando la libertad y la autonomía de las poleis, organizando una alianza de comunidades (la Liga de Corinto), de la que se convirtió en hegemon  del synedrion, órgano supremo que decidía las cuestiones de paz y guerra.

De esa manera, en caso de que Grecia se viese obligada a luchar, todos sus ejércitos quedaban bajo sus órdenes. La oportunidad llegaría cuando fue aceptada su proposición de liberar a las colonias helénicas sometidas por los persas. Había llegado el momento en que podía concretar sus planes: extender la supremacía macedónica hasta el Asia Menor, conquistando también Tracia, el Helesponto y el Bósforo.

En esta guerra contra las ciudades griegas, Alejandro supo ganarse la admiración de sus soldados y adquirió tal popularidad que los súbditos comentaban que Filipo seguía siendo su general, pero que su rey ya era Alejandro. Y él, desde siempre, tuvo clara su condición. Se dice que, en una ocasión que estaba practicando deporte y haciendo ejercicio, alguien le preguntó: 

-“¿Y vas a participar en los juegos olímpicos?”
A lo que Alejandro respondió: -"Si mis otros adversarios fuesen reyes, sí"-.

Pero un nuevo matrimonio de su padre, que pudo haber puesto en peligro su derecho al trono, hizo que Alejandro se enemistara con Filipo. En la celebración de la boda, el nuevo suegro de Filipo (un poderoso noble macedonio llamado Átalo) rogó porque el matrimonio diera un heredero legítimo al rey, en alusión a que la madre de Alejandro era una princesa de Epiro y que la nueva esposa de Filipo, siendo macedonia, daría a luz a un heredero totalmente macedonio y no mitad macedonio y mitad epirota como Alejandro, con lo cual sería posible que se relegara a este último de la sucesión. Alejandro se enfureció y le lanzó una copa, espetándole:

- “Y yo ¿qué soy? ¿un bastardo?”.

Alejandro se tuvo que exiliarse, le acompañaron sus mejores amigos que, en el futuro serían los generales que conquistaron el mundo conocido, y pasaron un año alquilando sus espadas, como medio de sobrevivir, en las tierras de frontera. A penas tenían 17 años, al año el rey los perdonó.

Cuando Filipo murió asesinado y Alejandro fue coronado rey de Macedonia, tuvo que someter una rebelión de las ciudades griegas. Una vez sofocada, el joven rey se encontraba en Atenas y, apasionado de la filosofía como era, fue a visitar a Diógenes "El Cínico", un curioso y famoso filósofo que, habiendo renunciado a toda posesión, vivía en un barril, en medio de la plaza. Ese día, mientras Diógenes estaba tomando el sol, se le presento el monarca macedonio diciéndole que él era el gran Alejandro y que estaría encantado de hacer por el filósofo cualquier cosa que estuviera en su mano.

Diógenes le contestó: -“Pues aparta, que me tapas el sol”.

Alejandro y Diógenes
Según sigue la leyenda, algunos se rieron de él por desaprovechar así la ocasión y Alejandro les reprochó su actitud diciendo: 

- “De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes”.

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