lunes, 21 de noviembre de 2016

La política en el Mediterráneo Oriental tras la muerte de Alejandro



El Mediterráneo Oriental durante el Helenismo: la política.

Con la temprana muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C., comienza la llamada Época Helenística. Este repentino acontecimiento impidió la consolidación de sus numerosas conquistas, por lo que esta vasta entidad territorial no tardó en disgregarse, producto de las luchas internas y las aspiraciones personales de sus generales. El periodo helenístico se extenderá durante unos tres siglos, en los que se consolidarán las monarquías fundadas por los oficiales de Alejandro sobre lo que fue su efímero imperio.

En rasgos generales, podemos decir que la historia de este periodo se caracteriza por el desplazamiento del centro del poder helénico de la Grecia Continental a los grandes reinos orientales gobernados por los Diádocos y sus descendentes, o Epígonos. De este modo, los grandes centros de la cultura helenística serán Alejandría y Antioquia, las capitales del Egipto ptolemaico y de la Siria seleucida respectivamente. Al mismo tiempo, éste es un periodo de continuas intrigas y guerras que buscan mantener unidos los vastos territorios conquistados por el rey macedonio; aunque todos los intentos fracasaron y el Mediterráneo Oriental se mantuvo en un precario equilibrio entre las distintas potencias surgidas con motivo de las conquistas de Alejandro y el reparto territorial que de ellas hicieron sus generales. 

Tras la batalla de Ipsos, el imperio de Alejandro quedó repartido de la siguiente manera:

- Macedonia y Grecia quedaron en manos de Casandro, el hijo de Antípatro y fundador de la dinastía Antipátrida, aunque unos años después le arrebataría el poder Demetrio Poliorcetes, el hijo de Antígono.

- Tracia quedó en manos de Lisímaco, pero a su muerte sus territorios se dividieron entre Macedonia y el Imperio Seléucida.

- Egipto, Chipre y Cilicia quedaron bajo el mando de Ptolomeo, fundador de la dinastía Lágida o Ptolemaica.

- Asia Menor, Siria, Persia y Mesopotamia pasaron a manos de Seleuco, formando el imperio Seléucida.


De este modo, los Antigónidas reinarán en Macedonia hasta el 146 a. C., los Atálidas en Pérgamo hasta el 133 a. C., los Nicomédidas en Bitinia hasta el 74 a. C., los Seleúcidas en Siria hasta el 64 a. C. y los Ptolomeos en Egipto hasta el año 30 a. C. 

Los Diádocos y sus sucesores gobernaban mediante edictos. El gobernante era asesorado por un grupo de amigos y familiares. El hombre más importante tras el Rey era su administrador, responsable del comercio, las finanzas, la administración, el ejército y la política exterior. Si bien ya puede hablarse en la época de los diádocos de un estado absolutista, el típico culto helenístico al gobernante no comenzó hasta la llegada de sus sucesores. La forma de gobierno de los diádocos adquirió una influencia crucial sobre los jóvenes tiranos griegos, cartagineses y romanos.

La administración de los reinos diádocos se organizó centralizadamente y fue dirigida por funcionarios profesionales. Esta burocracia permaneció en las tradiciones de los imperios aqueménida y faraónico. Comparativamente, en la antigua Grecia existía sólo en la administración económica del estado. Los funcionarios de los diádocos dependían de sus gobernantes igual que los empleados de una propiedad de su dueño. La administración de los diádocos sentó las bases para la burocracia intensiva del período helenístico. Los funcionarios locales pocas veces eran admitidos en oficios superiores, que solían ocupar macedonios o griegos.

La estructura territorial de los reinos diádocos se remonta de nuevo a Alejandro, quien había entregado el poder militar de los sátrapas locales a estrategas macedonios, quienes tras de su muerte asumieron gradualmente todo el trabajo administrativo. Los estrategas fueron entonces también responsables de las colonias y la justicia. El rey podía asignar como feudos partes de los distritos y villas en los que se dividía el reino o los ingresos de las mismas. Las posesiones exteriores que no pertenecían al reino formaban su propio territorio. Estos enclaves no se encontraban bajo la administración directa de los monarcas diádocos. Algunos de ellos se independizaron con el transcurso del tiempo, especialmente en el este del Imperio seléucida y Asia Menor.

En los momentos iniciales del periodo, algunas ciudades griegas, entre ellas Atenas, hicieron sublevaciones intentando recobrar su indepen­dencia o se aliaron formando ligas (la Aquea y Etolia), que resultaron inútiles para rechazar a los macedonios; pero también lo fueron los es­fuerzos de estos para mantener unidos a los griegos que habían vuelto a sus antiguas luchas civiles. A su vez, los enfrentamientos entre las distintas monarquías surgidas fueron aumentando su debilidad política y militar; al tiempo que comenzaba a extenderse por el Mediterráneo el poder de una nueva potencia: Roma, que sometió primero a Macedonia y después a Grecia que, con el nom­bre de Acaya, pasó a ser una provincia romana y así, uno a uno, cayeron bajo el poder del Senado y el Pueblo de Roma, hasta la conquista de Egipto que pone fin al periodo.

 La expansión romana por el Mediterráneo Oriental supuso el principio del fin de las monarquías helenísticas

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