lunes, 21 de noviembre de 2016

La religión en Época Helenística

Las creencias en el Mundo helenístico

Al mismo tiempo, y desde un punto de vista sociológico, los cambios políticos afectarán al ciudadano griego de la ciudad-estado. Y aunque la religiosidad politana y legalista se mantendrá aún con mucha fuerza, hay una serie de devenires históricos que trastocarán la conciencia religiosa de los griegos, sobre todo a partir de las conquistas de Alejandro Magno.

Con los Diádocos se configura un Estado fuertemente centralizado, en el que un soberano absoluto, adorado como una divinidad y rodeado de una numerosa corte, manda sobre toda una jerarquía de funcionarios y sobre una serie de ciudades despojadas de sus libertades locales en beneficio de una burocracia centralizada y todopoderosa. Fuera de las ciudades, el monarca, cuya fortuna personal se confunde con las finanzas de Estado, es el propietario de inmensos dominios regidos por intendentes y sobre los que vive una población de colonos vinculados a la gleba. El ejército, está en gran parte compuesto por mercenarios extranjeros, soldados de oficio que reciben un sueldo o las tierras en las que viven, lo que todavía desvincula más al antiguo ciudadano de sus deberes militares y sus derechos políticos, tal y como fueron entendidos en la Época Clásica.

De este modo, la desaparición de la polis como forma de organización política, acarreó la desaparición de la del ciudadano, que pasa a formar parte de grandes extensiones territoriales, en las que la polis, como tal, pierde importancia y con ella su participación política y religiosa. El ser humano se siente sólo en un mundo que nunca imaginó tan extenso y tan global, y busca una religiosidad interior, por lo que las creencias religiosas dejaron de ser patrocinadas por el Estado y se convirtieron en asunto propio de conciencia individual; pasando de ser considerada una obligación personal y no un deber público. Los nuevos cultos ya no trataron de subordinar al individuo a la ciudad sino que, ante todo, pretendieron asegurarle su salvación en este mundo y, ante todo, en el otro. 

A causa de esto, Las nuevas religiones orientales de salvación adquirieron más importancia que nunca en los reinos helenísticos. Los dioses olímpicos de los griegos perdieron importancia, pues ahora la religión era un asunto privado y no público, permaneciendo sólo el culto al gobernante -como ahora veremos- como elemento de cohesión. La innovación político-religiosa más importante aparte de esto, probablemente fuese la introducción del culto a Serapis por Ptolomeo, que supuso una fusión de los dioses egipcios Osiris y Apis y del griego Zeus. A partir de aquí, cada vez se identificaban más dioses griegos y orientales.

  Serapis, deidad sincrética greco-egipcia a la que Ptolomeo I declaró patrón de Alejandría y dios oficial de Egipto y Grecia con el propósito de vincular cultural y religiosamente a los dos pueblos. 

Este importante giro que se dio tanto en la cultura como en las mentalidades, fue propiciado por el hecho de que diádocos permitieron a sus súbditos adorar a los dioses locales y los propios, dando lugar a una permeabilidad de las ideas y las creencias. Los caminos fueron diversos; ya que mientras Seleúco permitió la autonomía de los lugares de culto, Ptolomeo intentó integrar los ricos santuarios de Egipto en su maquinaria administrativa, los resultados fueron similares. 

En general se desarrolló el culto a la figura del basileus como elemento cohesión amor y legitimador del poder. Además, los nuevos monarcas nombraban a los sacerdotes y una maraña de funcionarios griegos asumieron la supervisión de la economía de los templos, llegando a haber incluso sacerdotes grecomacedonios. Y aunque en general, el culto mantuvo en su mayor parte la forma anterior a la llegada del helenismo, los ingresos procedentes de los templos fueron gravados y se restringió el derecho de asilo en ellos.

El culto al basileus, como derivación del culto a los héroes en Grecia y el contacto con nuevas creencias y formas protocolarias de origen oriental,  ya había comenzado con Alejandro. Los Diádocos continuaron el culto a Alejandro, cuyo centro era su tumba en Alejandría, y asemás alentaron las leyendas acerca de su propio origen divino.

Y pese a que en Macedonia no se prestaba culto al monarca, por pura tradición griega, en los otros reinos pronto se practicó a gran escala. Los hijos de los Diádocos ordenaron la veneración de sus padres y de sí mismos, y construyeron para ello sus propios templos. De este modo, en cada región un sumo sacerdote supervisaba el culto real, celebrándose periódicamente festivales en honor de los gobernantes.

También esta nueva situación transformó las corrientes filosóficas más importantes que pretendieron inspirarse, cada vez más en la fabulosa filosofía de Caldea o Egipto; de este modo, la razón dejó de buscar la verdad y creyó hallarla en una revelación conservada en los misterios de los bárbaros. 

Ante estas circunstancias, la lógica griega se las ingenió para coordinar en un conjunto armónico sus bases de pensamiento con las tradiciones de los sacerdotes asiáticos. De este modo, importantes corrientes como el epicureísmo, el estoicismo y el cinismo comenzaron a predicar la felicidad individual y el alejamiento de los asuntos mundanos y cívicos. El individualismo triunfó en el plano personal, a la vez que el particularismo fue reemplazado por un universalismo de carácter cosmopolita.

Mitra sacrificando al toro sagrado, lo que originó el Universo. Este dios será uno de los más adorados durante el Helenismo y su culto se extenderá hasta el Bajo Imperio Romano. Sus ritos eran secretos, sólo conocidos por un elite de iniciados, y es un buen ejemplo del sincretismo religioso y la búsqueda interior de los tiempos helenísticos.
Esta singular situación allanó el camino para el surgimiento y triunfo de nuevas concepciones religiosas de carácter universalista religiones que se dirigían a toda clase de personas, etnias y grupos sociales y que se caracterizaron por la profusión de elementos mistéricos, mágicos y supersticiosos de origen oriental, pero adaptados a la cultura griega que se difunde por Asia y Egipto, absorbiendo elementos y transformando su fisonomía. De este modo, el eje de la moralidad quedó desplazado y ya no trató, como hizo la filosofía griega, de realizar el bien sobre esta tierra, sino tras la muerte, buscando con su práctica el logro de esperanzas ideales. Ahora, la existencia de este mundo pasó a ser concebida como una preparación a una vida bienaventurada, como una prueba final en la que el resultado debería ser una felicidad o un sufrimiento infinito y eterno, lo que alteró sustancialmente la tabla de valores de la Antigüedad Clásica. 


Relieve de Alejandro como faraón de Egipto ante Amón-Ra, templo de Luxor

En relación a los cambios políticos y religiosos, no podemos dejar de mencionar cómo al tradicional culto griego de los héroes, se mezcló la concepción oriental del rey, y con este el culto al basileus, que más tarde heredaría Roma, con la costumbre de deificar al gobernante. 

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