miércoles, 30 de noviembre de 2016

Alejandro Magno (III)

Alejandro procedió cuidadosamente ocupando las ciudades, apoderándose de los caudales persas y asegurando las líneas de abastecimiento. De Susa pasó a Persépolis, donde quemó el palacio de la ciudad durante una fiesta. Después, se dirigieron hacia Ectabana para perseguir a Darío, al que encontraron en el camino asesinado por sus nobles, que ahora obedecían a Bessos, sátrapa de Bacrtia, proclamado como nuevo rey de Persia. Era el año 330 a. C. Alejandro se hizo cargo de los restos de su difunto enemigo, ordenando su sepultura en la tumba real de Persépolis. Con este aparente gesto de benevolencia subrayaba en realidad su condición de legítimo sucesor de Darío III y, como tal, debía acabar con el usurpador del trono y conquistar los territorios orientales del Imperio persa.


Las tropas macedonias incendian Persépolis

Los extranjeros que vivían en Persia se sintieron identificados con Alejandro y se comprometieron con él para venerarle como nuevo gobernante. En su idea de conquista también estaba la de querer globalizar su Imperio mezclando distintas razas y culturas. Los sátrapas en su mayoría conservaron sus puestos, aunque supervisados por un oficial macedonio que controlaba las fuerzas armadas.

No obstante, no tardaron en surgir algunos problemas que amenazaron con quebrar la unidad y la estabilidad de las rápidas conquistas. A las sublevaciones en los territorios recientemente conquistados de algunos sátrapas persas de Media, Persia y Carmania se sumó un problema aún más grave: la oposición surgida en el seno de los propios macedonios, motivada en parte, al parecer, por la adopción de Alejandro del ceremonial persa con el que los súbditos agasajaban a sus soberanos, que incluía la prosternación, o proskynesis, algo que indignaba a los nobles macedonios, acostumbrados a tratar al rey como uno más durante las reuniones del Consejo.

Los primeros problemas que tuvieron lugar en el entorno de Alejandro parecieron confirmarse en el año 330 a.C., cuando Filotas, su amigo de infancia, comandante de la caballería e hijo de Parmenión, fue acusado de traición y ejecutado, al parecer, por silenciar una conjura contra Alejandro. La condena alcanzó al propio Parmenión, que había permanecido con parte del ejército en Ecbatana, ante los recelos del macedonio de que, en venganza, cortase los suministros al grueso del ejército.

Algo después, en el año 328 a.C., en medio de un banquete y en un ataque de ira atenuado por sus excesos con el alcohol, le arrojó una lanza a su general y amigo Clito, que había manifestado abiertamente su disconformidad con algunos aspectos del comportamiento de Alejandro para con los persas sus costumbres. Inmediatamente se arrepintió de su airada reacción y apunto estuvo de quitarse él mismo la vida, si no hubiese sido frenado por sus soldados.

La muerte de Clitio el Negro
En la región sudoriental del mar Caspio y en el área irania también sometió a diversos pueblos, así como los territorios de Partia. Marchó entonces Alejandro hacia Oriente, conquistando sucesivamente Aria, Drangiana y Aracosia, donde se detuvo en la primavera del año 329 a.C. antes de atravesar el Paropámiso y la cordillera del Hindú Kush.

Sin que las imponentes alturas supusieran un obstáculo, llegó a Bactriana, el refugio del usurpador Beso, que, sin embargo, se había dado a la fuga, aunque acabó capturado y ejecutado.

Alejandro se casó en Bactria con Roxana, para consolidar sus relaciones con las nuevas satrapías de Asia Central. Después, en el 326 a. C., puso toda su atención en el subcontinente indio e invitó a todos los jefes tribales, al norte de lo que ahora es Pakistán para que vinieran a él y se sometieran a su autoridad; pero los rajás de algunos clanes de las montañas, se negaron a ello.

Infatigable en su afán de conquista, Alejandro continuó con su ejército en Sogdiana, tomando la capital, Maracanda (Samarcanda). Una revuelta surgida en esta ciudad, encabezada por Espitámenes, fue sofocada con prontitud, con la consiguiente muerte del insurrecto. Se alcanzaba así el límite del Imperio persa en el río Yaxartes. Sin embargo, la búsqueda de un confín natural explica su posterior campaña en la India, en la región del río Indo, concretamente en la conocida como de los "cinco ríos" (Punjab).

Alejandro se enzarzó en una feroz contienda contra los reinos de la India, llevando a su ejército a atravesar el Hindu Kush y a dominar el valle del Indo, con la única resistencia del rey indio Poros en el río Hidaspes.

En la primavera del año 326 a.C., llegó a las riberas del Indo, granjeándose pronto el apoyo del rey Taxiles y de otros príncipes de la región del río Hidaspes, incluso en su enfrentamiento con el rey Poros, que dominaba la región que quedaba comprendida entre el Hidaspes y el río Acesines.


 Alejandro Magno en la India combatiendo con el rey Poros

Finalmente alcanzó el río Hifasis, el más oriental de todos, obteniendo de esta forma la sumisión de la región. Pero cuando Alejandro manifestó su determinación de marchar al este para conquistar más territorio de la India, sus soldados, cansados de una campaña tras otra, se amotinaron y se rehusaron a continuar. Fue su primer y último motín, y aunque los curtidos veteranos acabaron llorando y pidiéndole perdón, Alejandro accedió a sus demandas y mandó regresar a las tropas, no sin antes levantar doce altares de proporciones gigantescas en honor a los Dioses Olímpicos que marcarán los límites de su expedición.

Mandó excavar en el lugar un foso de 50 pies de ancho por 40 de profundidad, con el que circundó un campamento que era el triple que el preexistente. Amontonó la tierra del foso en un gran muro y ordenó a la infantería que construyese unos barracones con dos camastros de cinco codos por cada hombre, y a la caballería que hiciese unos pesebres de doble tamaño que los ordinario. Quería con esto dejar a los indígenas pruebas de que los hombres que por allí habían pasado eran de dimensiones descomunales y que les excedían con mucho por su extraordinaria fuerza física.

En la India, Alejandro conoció a Kalanos, gimnosofista y filósofo hindú que formó parte de la corte de Rey Macedonia junto con otros muchos filósofos. Y fue a través de éste que Alejandro llegó a conocer al líder de los gimnosofistas, Dandamis, con el que tendría un famoso concilio.

Kalanos declinó los fastuosos regalos que el rey macedonio quiso otorgarle, afirmando que sus deseos no podían ser satisfechos por las posesiones materiales. Según parece, Kalanos le explicó en el transcurso de su conversación que, incluso si Alejandro ordenaba matarle, simplemente "sería liberado de su cuerpo de carne aquejado de la edad y enviado a una vida mejor y más pura." Éste y otros aspectos de su filosofía hicieron que Alejandro se mostrase interesado por las posturas de los sabios hindúes. Alejandro intentó persuadir a Kalanos a acompañarle y quedarse en su corte, aunque fuera como prisionero, a lo que Kalanos replicó: "¿De qué podría servirte yo, Alejandro, exhibido ante los griegos, si soy obligado a hacer lo que no deseo hacer?". En cualquier caso, Kalanos aceptó unirse a él y compartir sus enseñanzas, las cuales representaban "la honestidad y libertad de oriente", según los griegos.

En la región del Hidaspes, donde se detuvo el ejército en el invierno de 325 a.C. para construir una flota, se produjo el enfrentamiento con los malios, en el que Alejandro resultó gravemente herido por una flecha. En el verano del mismo año se emprendió el retorno, dividiendo el ejército con el fin de seguir un doble itinerario, uno por tierra, a lo largo de la costa y bajo el mando de Alejandro, y otro por mar, con la flota construida para la expedición a través del océano Índico y del golfo Pérsico, dirigida por Nearco.

El regreso por tierra se hizo por el sur de Persia, a través del desierto Gedrosiano, donde Alejandro sufrió fuertes pérdidas (se calcula que un tercio de su ejército) a consecuencia de las abrumadoras condiciones del aquel inhóspito paraje. Alejandro y lo que quedaba de su ejército se dirigieron a Susa y después Ectabana.

Estando en Susa, Kalanos, el sabio hindú, cayó gravemente enfermo a los 73 años y aseguró a Alejandro que prefería morir antes que vivir lisiado por la fiebre. Aunque el rey intentó disuadirle de este propósito, terminó accediendo a sus deseos y mandó a Ptolomeo construir una pira para él de acuerdo con sus instrucciones. Kalanos repartió entre la gente los regalos que el rey alguna vez había intentado darle, así como su caballo, que entregó a su pupilo griego Lisímaco y se coronó sólo con una guirnalda de flores para el acto. Ante el asombro de todos los asistentes, que incluían a los almirantes Nearco y Cares de Mitilene, Kalanos ardió hasta su muerte sin un solo gesto de dolor, manteniéndose tan sereno como siempre había sido a lo largo de su vida. Y aunque Alejandro no pudo asistir personalmente a su inmolación, las últimas palabras del hindú fueron dirigidas a él. Se trataba de una enigmática frase: "volveremos a vernos en Babilonia", que, desgraciadamente, no tardaría en hacerse realidad.

Kalanos, en su pira funeraria, profetiza la muerte de Alejandro




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