domingo, 27 de noviembre de 2016

El ejército de Alejandro (IV): la polioercética

Las armas de asedio y el desarrollo de la polioercética

La polioercética en época de Filipo
Para entender la guerra de asedio a finales del clasicismo, debemos retrotraernos un poco en el tiempo, hasta la época de Filipo II. El padre de Alejandro sería el hombre que daría un impulso definitivo a la artillería, pues tenía la ambición y los fondos necesarios para materializar un proyecto tanta envergadura como era la conquista del Imperio Persa, y para ello no escatimó en hombres, esfuerzos, ingenio ni dinero.

Filipo se propuso la creación de un ejército poderoso, acompañado de máquinas capaces de hacer caer cualquier ciudad bajo el asedio, para lo cual buscó la mejora de las máquinas conocidas hasta ese momento. El resultado fue la puesta en marcha de las primeras piezas de artillería de torsión, evolución de los sistemas de no-torsión, más rudimentarios y mucho menos efectivos. El alto grado técnico que habían alcanzado los asedios y la complicación en los diseños de las nuevas máquinas obligaron a la presencia, no sólo de ingenieros para diseñar las máquinas, sino de cuerpos permanentes en el ejército, especializados en cada una de las labores. De ahí que los ingenieros, la artillería y la maquinaria de asedio fuesen elementos vitales en los ejércitos de Alejandro, ya que el rey de Macedonia pretendía tomar las ciudades y aldeas de mayor importancia estratégica a lo largo y ancho de su nuevo y vasto imperio, en el menor tiempo posible.


 Distintos tipos de armas de asedio: tortuga, onagro, balista, rampa, catapulta, ariete y torre con puente levadizo
Ya en Olinto, en el 348 a. C., Filipo utilizó sus nuevas catapultas de torsión para lanzar flechas. Arqueológicamente, este asedio está documentado por la presencia de puntas de flecha de bronce de grandes dimensiones (de hasta 7 cm de largo y con un eje de 1 cm de diámetro). Por si quedara alguna duda, los proyectiles llevan grabado el nombre de Filipo, todo un detalle por parte del monarca y un caso claro de propaganda política. 

Detalle del mecanismo de torsión en el que el uso de materiales como los tendones o el pelo de caballo, aumentaban considerablemente la potencia de fuego
Durante la toma de Perinto, en el 340 a. C., el padre de Alejandro puso por primera vez en funcionamiento sus helepolis o torres de asedio que sobrepasaban las murallas enemigas. Se trataba de torres de hasta 24 m de altura que hacían salir, a distintos niveles, arietes basculantes manejados por cientos de hombres resguardados en su interior que batían sin descanso el recinto amurallado. En los pisos correspondientes al nivel de la muralla, se situaban baterías de catapultas con resortes de torsión, que disparaban en sentido horizontal pesados dardos de acero. Finalmente, en lo alto, y en una posición dominante, había máquinas que lanzaban piedras y proyectiles incendiarios impregnados de pez, aceite y petróleo de forma parabólica. Y a pesar de semejantes preparativos, la toma de la ciudad  resultó un fracaso.

Pero es que, en esta época, la guerra de asedio estaba en sus comienzos. Las ciudades amuralladas eran prácticamente inexpugnables y, al menos en el mundo griego, la suerte en las batallas se había decidido siempre en campo abierto, o en el mar, según el caso. Por ello, y a pesar de la ventaja que proporcionaban las máquinas de asedio, Filipo II nunca pudo tomar ninguna ciudad con la ayuda de sus ingenios poliorcéticos. Por eso, pese a las innovaciones, la mejor forma de hacer caer una ciudad seguía siendo el soborno y la consiguiente la traición desde el interior, ya que cercarlas y rendirlas por hambre era arriesgado y costoso, tanto en tiempo, como en recursos.

 Gastraphetes "versión de montaña" que se empleaba en terrenos escarpado y en el asedio a ciudades

A pesar de todo, las técnicas de cerco continuaron siendo empleadas, pues el desarrollo de la maquinaria de asedio todavía estaba en sus comienzos. Y aún tiempo después, seguirían siendo la opción de conquista más factible de una ciudad. Esto es lo que ocurrió unos años después de la muerte de Alejandro, cuando un ejército ateniense, bajo el mando de Leóstenes, derrotó al regente macedonio y le obligó a refugiarse en la cuidad de Lamia. Cuando fracasaron todos los intentos de asaltar la ciudad, el ejército empezó a rodear la ciudad con una muralla y un foso defensivo; con murallas dobles, pozos defensivos y enormes empalizadas.
 
Tortuga para rellenar fosos. Escena basada en el sitio de Halicarnaso, cuando Alejandro se vio obligado a rellenar el foso desfensivo para acercar sus máquinas de asedio a las murallas
Las armas de asedio con Alejandro Magno
Alejandro continuó con el empleo de la maquinaria bélica diseñada por su padre, pero la mejoró optimizando los resultados de su uso. Para ello se valió de ingenieros altamente cualificados como eran Quereas, Diades, Posidonio o Filipo que, presumiblemente, habrían aprendido esta técnica constructiva de manos de Polibio el Tesalónico, el ingeniero de Filipo II. Pero a diferencia de su padre, Alejandro usó esta maquinaria también como artillería de campo y con muy buenos resultados.

La principal novedad aportada por los ingenieros de Alejandro Magno fue el diseño del lithobolos. Se trataba de una máquina que, utilizando el sistema de torsión, lanzaba piedras de entre 3 y 58 kg de peso, llegando hasta los 400 m de distancia. La potencia de esta nueva máquina y su capacidad de fuego provocaban que, al lanzar proyectiles sobre un determinado punto, pudieran incluso dañar las murallas. Se había abierto una nueva era presidida por los mayores ingenios de asedio de la Antigüedad.
 
                                    El lithobolos podía llegar a lanzar piedras de hasta 3 talentos (78 kg)


Alguno de los asedios más importantes fueron el de Halicarnaso o el de Tiro, en el que se utilizaron helépolis (torres de asalto móviles) de unos 53 m de altura. Sin embargo, más que para destrozar las murallas, la artillería se empleó para contrarrestar el fuego enemigo y permitir que los arietes pudieran trabajar con relativa libertad. Diades y Carias acompañaron a Alejandro desde el principio de sus campañas. Diades se hizo famoso por haber sido el hombre que ayudó a Alejandro a tomar Tiro, sin duda, el más duro de todos los asedios que realizaron los macedonios.

Tiro era la mayor y más importante ciudad-estado de Fenicia y el último puerto de la región controlado por los persas. Su ciudadela disponía de dos puertos naturales en el lado de tierra, donde las murallas de la ciudad alcanzaban los 70 m de altura. Alejandro movilizó decenas de miles de hombres para construir una pasarela de 62 m de anchura y 740 m de longitud, que se extendía sobre la isla para permitir situar su artillería lo más cerca posible de las murallas, lo que da una idea de la magnitud de la empresa y de los recursos empleados.

Alejandro, en persona, dirigiendo el asedio de Tiro

Los habitantes de Tiro respondieron con un barco incendiario, una gran embarcación de transporte cargada de productos combustibles y que propulsaron a vela contra la pasarela. El barco causó daños considerables, e incluso logró destruir las torres de asedio, pero no impidió que Alejandro y sus ingenieros se pusieran de nuevo manos a la obra y, cuando la pasarela quedo completada, el rey de Macedonia pudo acercar a la ciudad sus enormes máquinas de asedio: torres de artillería móviles armadas con catapultas, y balistas, así como una gran cantidad de soldados dispuestos a atacar y abrir brechas en las murallas, a cualquier precio.

La poliorcética tras la muerte de Alejandro: la época de los Diádocos y los Epígonos
La inesperada muerte de Alejandro dejaba un imperio relativamente libre de amenazas exteriores y controlado por un fuerte poder militar, pero con una estructura interior aún no definida. En consecuencia, tanto la falta de heredero capaz de suceder a Alejandro como el hecho de que de sus generales contasen con un gran poder y con el control directo de amplios territorios desembocó en un periodo de continuas guerras. Los Diádocos, antiguos generales de Alejandro, y los Epígonos, sus hijos, fueron los protagonistas directos de este episodio de la historia que podría definirse como una lucha constante por mantener un precario y complicado equilibrio de potencias.

Helepolis, "la conquistadora de ciudades"
 
Los ingenios empleados por Alejandro siguieron usándose, e incluso perfeccionándose: el cerco, las máquinas de asedio, la construcción de torres de asalto, el minado de murallas, etc. Pero una de las novedades en poliorcética fue el uso de elefantes de guerra. El primer caso en el que fueron utilizados como arma de asedio fue en Egipto, en el 321 a. C., cuando Pérdicas atacó a Ptolomeo, pero éste ordenó que las tropas de infantería ligera, desde los muros, hirieran a los elefantes en los ojos y mataran a sus conductores, anulándolos totalmente.
La sambuca permitía el asalto a las murallas. Cuando se colocaba en su punto de acción, los paneles se retiraban y los hombres alojados en su interior salían al combate

En el asedio de Megalópolis, 318 a. C., la defensa se planificó colocando un montón de puertas con clavos de grandes dimensiones hacia arriba, camufladas bajo hierba, a modo de abrojos. La estrategia de los defensores consistió en la creación de un pasillo que incitaba al atacante a que lanzase sus elefantes a través de él. Cuando los elefantes habían penetrado a través de la brecha, lanzadores de jabalinas y pequeños escorpiones dispuestos en los flancos comenzaron a acribillar a los primeros animales. Al no ver resistencia en la parte final del pasillo, los guías lanzaron a los elefantes a toda velocidad hacia delante. Allí, al pisar las puertas, quedaron clavadas su patas, terminando por inmovilizarlos totalmente.

Además, con la perfección que adquirieron en esta época los asedios, la defensa de las ciudades se planteará de manera dinámica y activa. Murallas en sierra, con avanzadillas que permiten cubrir más terreno en la defensa, puertas secundarias para la salida del ejército en rápidos ataques o entradas acodadas que dificultaban, todavía más, las labores de asedio y conquista.









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