miércoles, 23 de noviembre de 2016

El sitio de Tiro (I)

   
El sitio de Tiro (Enero-Julio 332 a. C.)

El primer gran asedio de Tiro lo realizaron las tropas babilónicas del rey Nabucodonosor II, quienes tuvieron que esperar 13 años para firmar la paz con la ciudad en 574 a. C. En este tiempo, apenas fue poblada la isla donde huyeron los sobrevivientes de Tiro continental por la destrucción de su antigua ciudad; pero en recuerdo de aquel episodio, la isla se fortificó cada vez más hasta hacerse casi inexpugnable.

Alejandro Magno sabía que era necesario controlar este importante puerto si quería asegurarse el dominio sobre la costa mediterránea, lo que le permitiría marchar hacia el Oriente sin el temor a que los persas llevaran la guerra a Grecia en un momento en que Esparta se había rebelado y el resto de ciudades griegas estaban dando no pocos problemas, además de asegurarse los suministros desde la retaguardia. Y más cuando su objetivo era conquistar Egipto y, después, adentrarse en Persia. El asedio a la isla duró aproximadamente 7 meses.

Tiro era un auténtico puerto-fortaleza fenicio. Se trataba de una isla separada de la playa por un canal profundo. Además, contaba con su propia flota mercante, que era muy numerosa; su propia armada y en su puerto atracaban naves persas. Alejandro mandó a sus emisarios para que le abriesen las puertas de la ciudad; pero la proposición fue denegada, aunque alegando –al mismo tiempo- que también impedirían la entrada a los persas, lo que no era del todo cierto.

Ante esta situación, Alejandro reunió a su Consejo de Guerra y les expuso lo delicado de la situación: si dejaban Tiro en la retaguardia, los persas la utilizarían como base para la conquista de Grecia, pues les dejaban libre uno de sus más importantes puertos. No obstante, como las condiciones de la isla implicaban un sitio costoso y largo, Alejandro volvió a enviar a sus emisarios con un ultimátum. La respuesta de los tirios fue clara: estos, violando el inmemorial carácter sagrado de los emisarios, los mataron en las murallas de la ciudad –para que Alejandro fuese testigo de sus intenciones- y, después, arrojaron sus cuerpos al mar. Comenzaba de este modo uno de los sitios más duros de la historia antigua y, sin duda, de las campañas de Alejandro.

Las murallas de Tiro estaban fabricadas con piedra asentada con argamasa y, en el lado más próximo a la costa, alcanzaban 46 m de altura. Por tanta frustrada negociación, el ataque por sorpresa quedaba totalmente descartado, por lo que se comenzó la construcción de un malecón que uniese el continente con la isla.

 Plano del sitio de Tiro



Fuera del alcance de las armas arrojadizas, los primeros tramos de la obra se terminaron con rapidez. Luego, conforme penetraban hacia el mar, las aguas se hacían más profundas y el malecón requería mas piedras, más trabajo y más tiempo. Además, los tirios ya podían atacarlos desde su fortaleza y desde sus naves, pues disponían del calado suficiente para abordar y hostigar las labores de construcción del malecón.


Como defensa, Alejandro hizo levantar dos torres móviles, montadas con catapultas, blindadas con pellejos y con un parapeto de cuero extendido entre una y otra a modo de protección. Las torres se movían según avanzaban los trabajos, protegiendo a los transportistas hasta el último momento en el que salían corriendo para volcar el escombro en el mar y volver a posiciones seguras, minimizando las bajas.
En un momento, en que se levantó un fuerte viento, los tirios lanzaron una brulote cargada con calderos de brea ardiente: las torres ardieron y los trabajadores se arrojaron al mar o perecieron calcinados. Como respuesta, Alejandro ordenó construir nuevas torres y se desplazó a Sidón para organizar una flota que iba a ser totalmente necesaria para estas labores de sitio. En total reunió 200 naves y se dispuso a lanzar un ataque sobre la isla. Los tirios, sorprendidos por tal cantidad de efectivos, cerraron el puerto con una sucesión de barcos bloqueándolo totalmente.

Las operaciones habían adquirido tal magnitud que Alejandro, además de los expertos griegos, contrató a ingenieros de Chipre y de toda Fenicia. Montó catapultas a bordo de los barcos y bombardeó las murallas de la ciudad con piedras pesadas. Como defensa, los tirios lanzaron rocas al mar para obstaculizar las maniobras de los barcos enemigos. Alejandro, las mandó quitar, para lo que tuvo que anclar sus barcos y montar grúas para tales trabajos. Entonces, los tirios enviaron barcos blindados para cortar las maromas, y Alejandro envió barcos de apoyo.

Pero los tiros no se daban por vencidos y enviaron buceadores para que actuasen bajo el agua; finalmente, Alejandro sustituyó las maromas por cadenas. Al final, el canal le permitió situar la flota a lo largo de la muralla, a la que también se aproximaba el malecón cuyas labores, a pesar de los esfuerzos de los tirios, no habían cesado.

Entonces, los ingenieros tirios, considerados los más adelantados de su época, emplearon su arma más moderna: calentaron arena al rojo vivo y la arrojaron sobre los macedonios que ocupaban las primeras filas del asalto. La muerte producida por esta arma era una verdadera atrocidad, pues la arena incandescente penetraba por las armaduras, penetrando por la piel y abrasando el interior del cuerpo de los asaltantes. A pesar de todo, está táctica, terminaría con tiempo por convertirse en una característica de la guerra civilizada. También es curioso que Alejandro, en vista a su predilección por guiar la vanguardia, resultase ileso de estos ataques.

No hay comentarios:

Publicar un comentario