Las armas de asedio y el desarrollo de la polioercética
La polioercética en época de Filipo
Para
entender la guerra de asedio a finales del clasicismo, debemos
retrotraernos un poco en el tiempo, hasta la época de Filipo II. El
padre de Alejandro sería el hombre que daría un impulso definitivo a la
artillería, pues tenía la ambición y los fondos necesarios para
materializar un proyecto tanta envergadura como era la conquista del
Imperio Persa, y para ello no escatimó en hombres, esfuerzos, ingenio ni
dinero.
Filipo se propuso la creación de un ejército
poderoso, acompañado de máquinas capaces de hacer caer cualquier ciudad
bajo el asedio, para lo cual buscó la mejora de las máquinas conocidas
hasta ese momento. El resultado fue la puesta en marcha de las primeras
piezas de artillería de torsión, evolución de los sistemas de
no-torsión, más rudimentarios y mucho menos efectivos. El alto grado
técnico que habían alcanzado los asedios y la complicación en los
diseños de las nuevas máquinas obligaron a la presencia, no sólo de
ingenieros para diseñar las máquinas, sino de cuerpos permanentes en el
ejército, especializados en cada una de las labores. De ahí que los
ingenieros, la artillería y la maquinaria de asedio fuesen elementos
vitales en los ejércitos de Alejandro, ya que el rey de Macedonia
pretendía tomar las ciudades y aldeas de mayor importancia estratégica a
lo largo y ancho de su nuevo y vasto imperio, en el menor tiempo
posible.
Distintos tipos de armas de asedio: tortuga, onagro, balista, rampa, catapulta, ariete y torre con puente levadizo
Ya en Olinto, en el 348 a. C., Filipo utilizó
sus nuevas catapultas de torsión para lanzar flechas. Arqueológicamente,
este asedio está documentado por la presencia de puntas de flecha de
bronce de grandes dimensiones (de hasta 7 cm de largo y con un eje de 1
cm de diámetro). Por si quedara alguna duda, los proyectiles llevan
grabado el nombre de Filipo, todo un detalle por parte del monarca y un
caso claro de propaganda política.
Detalle del mecanismo de torsión en el que el uso de materiales como los tendones o el pelo de caballo, aumentaban considerablemente la potencia de fuego
Durante la toma de
Perinto, en el 340 a. C., el padre de Alejandro puso por primera vez en
funcionamiento sus helepolis o torres de asedio que sobrepasaban las
murallas enemigas. Se trataba de torres de hasta 24 m de altura que
hacían salir, a distintos niveles, arietes basculantes manejados por
cientos de hombres resguardados en su interior que batían sin descanso
el recinto amurallado. En los pisos correspondientes al nivel de la
muralla, se situaban baterías de catapultas con resortes de torsión, que
disparaban en sentido horizontal pesados dardos de acero. Finalmente,
en lo alto, y en una posición dominante, había máquinas que lanzaban
piedras y proyectiles incendiarios impregnados de pez, aceite y petróleo
de forma parabólica. Y a pesar de semejantes preparativos, la toma de
la ciudad resultó un fracaso.
Detalle del mecanismo de torsión en el que el uso de materiales como los tendones o el pelo de caballo, aumentaban considerablemente la potencia de fuego
Pero es que, en esta
época, la guerra de asedio estaba en sus comienzos. Las ciudades
amuralladas eran prácticamente inexpugnables y, al menos en el mundo
griego, la suerte en las batallas se había decidido siempre en campo
abierto, o en el mar, según el caso. Por ello, y a pesar de la ventaja
que proporcionaban las máquinas de asedio, Filipo II nunca pudo tomar
ninguna ciudad con la ayuda de sus ingenios poliorcéticos. Por eso, pese
a las innovaciones, la mejor forma de hacer caer una ciudad seguía
siendo el soborno y la consiguiente la traición desde el interior, ya
que cercarlas y rendirlas por hambre era arriesgado y costoso, tanto en
tiempo, como en recursos.
Gastraphetes "versión de montaña" que se empleaba en terrenos escarpado y en el asedio a ciudades
A pesar de todo, las técnicas de cerco continuaron siendo empleadas, pues el desarrollo de la maquinaria de asedio todavía estaba en sus comienzos. Y aún tiempo después, seguirían siendo la opción de conquista más factible de una ciudad. Esto es lo que ocurrió unos años después de la muerte de Alejandro, cuando un ejército ateniense, bajo el mando de Leóstenes, derrotó al regente macedonio y le obligó a refugiarse en la cuidad de Lamia. Cuando fracasaron todos los intentos de asaltar la ciudad, el ejército empezó a rodear la ciudad con una muralla y un foso defensivo; con murallas dobles, pozos defensivos y enormes empalizadas.
Tortuga para rellenar fosos. Escena basada en el sitio de Halicarnaso, cuando Alejandro se vio obligado a rellenar el foso desfensivo para acercar sus máquinas de asedio a las murallas
Las armas de asedio con Alejandro Magno
Alejandro
continuó con el empleo de la maquinaria bélica diseñada por su padre,
pero la mejoró optimizando los resultados de su uso. Para ello se valió
de ingenieros altamente cualificados como eran Quereas, Diades,
Posidonio o Filipo que, presumiblemente, habrían aprendido esta técnica
constructiva de manos de Polibio el Tesalónico, el ingeniero de Filipo
II. Pero a diferencia de su padre, Alejandro usó esta maquinaria también
como artillería de campo y con muy buenos resultados.
La
principal novedad aportada por los ingenieros de Alejandro Magno fue el
diseño del lithobolos. Se trataba de una máquina que, utilizando el
sistema de torsión, lanzaba piedras de entre 3 y 58 kg de peso, llegando
hasta los 400 m de distancia. La potencia de esta nueva máquina y su
capacidad de fuego provocaban que, al lanzar proyectiles sobre un
determinado punto, pudieran incluso dañar las murallas. Se había abierto
una nueva era presidida por los mayores ingenios de asedio de la
Antigüedad.
El lithobolos podía llegar a lanzar piedras de hasta 3 talentos (78 kg)
Alguno de los asedios más importantes fueron el de Halicarnaso o el de Tiro, en el que se utilizaron helépolis (torres de asalto móviles) de unos 53 m de altura. Sin embargo, más que para destrozar las murallas, la artillería se empleó para contrarrestar el fuego enemigo y permitir que los arietes pudieran trabajar con relativa libertad. Diades y Carias acompañaron a Alejandro desde el principio de sus campañas. Diades se hizo famoso por haber sido el hombre que ayudó a Alejandro a tomar Tiro, sin duda, el más duro de todos los asedios que realizaron los macedonios.
El lithobolos podía llegar a lanzar piedras de hasta 3 talentos (78 kg)
Alguno de los asedios más importantes fueron el de Halicarnaso o el de Tiro, en el que se utilizaron helépolis (torres de asalto móviles) de unos 53 m de altura. Sin embargo, más que para destrozar las murallas, la artillería se empleó para contrarrestar el fuego enemigo y permitir que los arietes pudieran trabajar con relativa libertad. Diades y Carias acompañaron a Alejandro desde el principio de sus campañas. Diades se hizo famoso por haber sido el hombre que ayudó a Alejandro a tomar Tiro, sin duda, el más duro de todos los asedios que realizaron los macedonios.
Tiro
era la mayor y más importante ciudad-estado de Fenicia y el último
puerto de la región controlado por los persas. Su ciudadela disponía de
dos puertos naturales en el lado de tierra, donde las murallas de la
ciudad alcanzaban los 70 m de altura. Alejandro movilizó decenas de
miles de hombres para construir una pasarela de 62 m de anchura y 740 m
de longitud, que se extendía sobre la isla para permitir situar su
artillería lo más cerca posible de las murallas, lo que da una idea de
la magnitud de la empresa y de los recursos empleados.
Los
habitantes de Tiro respondieron con un barco incendiario, una gran
embarcación de transporte cargada de productos combustibles y que
propulsaron a vela contra la pasarela. El barco causó daños
considerables, e incluso logró destruir las torres de asedio, pero no
impidió que Alejandro y sus ingenieros se pusieran de nuevo manos a la
obra y, cuando la pasarela quedo completada, el rey de Macedonia pudo
acercar a la ciudad sus enormes máquinas de asedio: torres de artillería
móviles armadas con catapultas, y balistas, así como una gran cantidad
de soldados dispuestos a atacar y abrir brechas en las murallas, a
cualquier precio.
La poliorcética tras la muerte de Alejandro: la época de los Diádocos y los Epígonos
La
inesperada muerte de Alejandro dejaba un imperio relativamente libre de
amenazas exteriores y controlado por un fuerte poder militar, pero con
una estructura interior aún no definida. En consecuencia, tanto la falta
de heredero capaz de suceder a Alejandro como el hecho de que de sus
generales contasen con un gran poder y con el control directo de amplios
territorios desembocó en un periodo de continuas guerras. Los Diádocos,
antiguos generales de Alejandro, y los Epígonos, sus hijos, fueron los
protagonistas directos de este episodio de la historia que podría
definirse como una lucha constante por mantener un precario y complicado
equilibrio de potencias.
Los ingenios empleados por
Alejandro siguieron usándose, e incluso perfeccionándose: el cerco, las
máquinas de asedio, la construcción de torres de asalto, el minado de
murallas, etc. Pero una de las novedades en poliorcética fue el uso de
elefantes de guerra. El primer caso en el que fueron utilizados como
arma de asedio fue en Egipto, en el 321 a. C., cuando Pérdicas atacó a
Ptolomeo, pero éste ordenó que las tropas de infantería ligera, desde
los muros, hirieran a los elefantes en los ojos y mataran a sus
conductores, anulándolos totalmente.
La sambuca permitía el asalto a las murallas. Cuando se colocaba en su punto de acción, los paneles se retiraban y los hombres alojados en su interior salían al combate
En el asedio de
Megalópolis, 318 a. C., la defensa se planificó colocando un montón de
puertas con clavos de grandes dimensiones hacia arriba, camufladas bajo
hierba, a modo de abrojos. La estrategia de los defensores consistió en
la creación de un pasillo que incitaba al atacante a que lanzase sus
elefantes a través de él. Cuando los elefantes habían penetrado a través
de la brecha, lanzadores de jabalinas y pequeños escorpiones dispuestos
en los flancos comenzaron a acribillar a los primeros animales. Al no
ver resistencia en la parte final del pasillo, los guías lanzaron a los
elefantes a toda velocidad hacia delante. Allí, al pisar las puertas,
quedaron clavadas su patas, terminando por inmovilizarlos totalmente.
Además,
con la perfección que adquirieron en esta época los asedios, la defensa
de las ciudades se planteará de manera dinámica y activa. Murallas en
sierra, con avanzadillas que permiten cubrir más terreno en la defensa,
puertas secundarias para la salida del ejército en rápidos ataques o
entradas acodadas que dificultaban, todavía más, las labores de asedio y
conquista.
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