El
otoño de 324 a. C., el ejército de Alejandro se encontraba acuartelado
en aquella Ectabana para pasar el invierno. Pero Hefestión enfermó
durante los juegos que se celebraron en la corte y murió una semana
después. Los síntomas descritos son compatibles con la fiebre tifoidea,
pero nunca se excluyó la posibilidad de envenenamiento, ya que como
favorito de Alejandro e íntimo amigo, debió tener muchos enemigos
políticos.
Sea
cual fuere la causa de la muerte de Hefestión, se dice que Alejandro se
volvió loco de dolor, quedó en cama durante varios días sin comer,
beber o hablar, se hizo afeitar la cabeza y las crines de los caballos
del ejército, canceló todos los festejos y colgó a Glaucias, el médico
que había atendido a Hefestión.
Alejandro
partió para Babilonia con el cadáver, donde celebró fabulosos juegos
funerarios en su recuerdo. El Oráculo de Siwa, ante la pregunta de
Alejandro de cómo tenía que ser venerado Hefestión, respondió que
debería ser adorado como un héroe divino. Hefestión fue incinerado en
Babilonia, en presencia de todo el ejército.
Según
varios cronistas, una serie de presagios funestos anunciaron la
prematura muerte de Alejandro que ocurrió solo unos meses después que la
de Hefestión, cuando aún se estaba construyendo un espléndido monumento
funerario en honor de este último. Antes de entrar en Babilonia, los
sacerdotes de Bel, le aconsejaron que no entrará en la ciudad, pues los
astros no se mostraban propicios para ello y le pidieron que se
dirigiera al este y que esperase en Susa. Pero Alejandro desobedeció su
advertencia. Aún es más, en honor a Hefestión, ordenó que se apagasen
todos los fuegos sagrados de la ciudad, acción que sólo se hacía tras la
muerte de un rey, lo que no podía presagiar nada bueno. Y finalmente,
dando un paseo en barca por el Éufrates, la cinta blanca y roja que
llevaba en la cabeza como símbolo de la realeza, le fue arrancada por
una repentina ráfaga de aire. Un solícito esclavo se arrojó al agua a
por ella y, para que no se mojase, la colocó en su cabeza mientras
nadaba hacia la embarcación del rey. Sin duda, este era el último
augurio que marcaba la sucesión del rey y, por tanto, su muerte.
Entretanto,
Alejandro se afanaba en sus planes para preparar una amplia expedición
de conquista a Arabia y que debía continuar por todo el norte de África e
incluso por el resto de la cuenca mediterránea para llegar a Grecia por
el oeste. Pero estos planes quedaron truncados por su prematura muerte
acaecida el 13 de junio del año 323 a.C. Alejandro, debilitado por sus
heridas y la fiebre, agravado por sus excesos con el alcohol, murió a la
temprana edad de treinta y dos años. Existen varias teorías sobre la
causa de su muerte, que incluyen envenenamiento; enfermedad (se sugiere
que pudo ser la fiebre del Nilo), o, con seguridad, una recaída de la
malaria. Su misteriosa muerte en Babilonia todavía alimenta más la
leyenda de este personaje. Se dice que, en sus últimos días, ya
agonizante; se incorporó sobre su lecho de muerte y se despidió de sus
soldados, uno a uno, con plena conciencia de su dignidad. Así acababa el
que con sus acciones militares había extendido ampliamente la
influencia de la civilización griega por todo el mundo conocido y
preparó el camino para los reinos del periodo helenístico y la posterior
expansión romana. Durante su corto reinado, fundó 70 ciudades, de las
cuales 50 llevaban su nombre, y conquistó uno de los mayores imperios
del mundo.
Alejandro, agonizante, se despide de cada uno de sus soldados
Tras
su muerte, los lamentos se propagaron por la ciudad, los miembros de su
guardia personal deambularon bañados en lágrimas, los persas se raparon
la cabeza en señal de duelo y todos los templos apagaron sus fuegos.
Sus generales se afanaron desde ese instante en una vertiginosa lucha
por el poder, en torno a su féretro en el que quizás aún seguía vivo,
aunque en coma terminal, ya que la frescura y el color natural del
cadáver, que había pasado cierto tiempo desatendido, produjeron gran
asombro a quienes lo vieron.
Alejandro
no tenía ningún heredero legítimo: su medio hermano Filipo Arrideo era
deficiente, su hijo Alejandro nacería tras su muerte, y su otro hijo
Heracles, cuya paternidad está cuestionada, era de una concubina. Debido
a ello, la cuestión sucesoria era de vital importancia. En su lecho de
muerte, sus generales le preguntaron a quién legaría su reino. Se debate
mucho lo que Alejandro respondió: algunos creen que dijo Krat'eroi (‘al
más fuerte’) y otros que dijo Krater'oi (‘a Crátero’). La mayoría de
los historiadores creen que si Alejandro hubiera tenido la intención de
elegir a uno de sus generales obviamente habría elegido a Crátero porque
era el comandante de la parte más grande del ejército, la infantería,
porque había demostrado ser un excelente estratega, y porque tenía las
cualidades del macedonio ideal. Pero Crátero no estaba presente y,
además, no parecía ansiar el cargo, por lo que el imperio se dividió
entre sus sucesores (los Diádocos).
Una
vez embalsamado con especias preciosas, se introdujo su cuerpo en un
féretro de oro y sus restos fueron cubiertos por un paño mortuorio
púrpura bordado en oro, sobre el cual se exponía la panoplia de
Alejandro. Encima, se construyó un templo dorado. Columnas jónicas de
oro sustentaban un techo abovedado de escamas de oro incrustadas en
joyas y coronado por una relumbrante corona de olivo en oro que llameaba
bajo el sol. En cada esquina del féretro, se alzaba una Victoria,
también de noble metal, que sostenía un trofeo.
Bajo
la cornisa del templo se había esculpido un friso. En el primer panel,
Alejandro aparecía en un carro de gala, acompañado de jinetes macedonios
y persas. El segundo representaba un desfile de elefantes indios de
guerra; el tercero, a la caballería en orden de combate y, en el último,
a la flota. Los espacios entre las columnas estaban cubiertos por una
malla dorada que protegía del sol y de la lluvia el sarcófago tapizado,
pero sin obstruir la mirada de los cientos de curiosos que formaron
parte del cortejo. La entrada a su interior, estaba guardada por dos
leonés de oro.
Reconstrucción del catafalco que transportó los restos de Alejandro, según la desceripción de Diodoro Sículo
Toda
la estructura era acarreada por sesenta y cuatro mulas que, en tiros de
cuatro, estaban uncidas en otros cuatro yugos. Cada mula contaba con
una columna dorada, un cascabel de oro colgado de cada quijada y un
collar incrustado en gemas.
El cortejo se dirigía a Ageae, la antigua capital de Macedonia, donde estaba el panteón real para ser enterrado. Ya que, según la tradición, la dinastía Argéadas desaparecería cuando está tradición dejase de respetarse. Pero en Siria, apareció Ptolomeo a su encuentro con un poderoso ejército, y llevó sus restos a Egipto, donde, tras una breve estancia en Menfis, serían enterrados en Alejandría.
El cortejo se dirigía a Ageae, la antigua capital de Macedonia, donde estaba el panteón real para ser enterrado. Ya que, según la tradición, la dinastía Argéadas desaparecería cuando está tradición dejase de respetarse. Pero en Siria, apareció Ptolomeo a su encuentro con un poderoso ejército, y llevó sus restos a Egipto, donde, tras una breve estancia en Menfis, serían enterrados en Alejandría.
Tal
vez, como consecuencia de no haber sido enterrado en Ageae, todos sus
familiares y herederos, tanto su madre Olimpia, su esposa Roxana, su
hijo Alejandro, su amante Barsine y su hijo Heracles, fueron mandados
asesinar por Casandro, lo que llevó a la extinción de la dinastía
Argéada. Y a pesar de los intentos de mantener unificado el Imperio
macedónico, éste acabaría por dividirse en varios reinos independientes
que fundaron sus antiguos generales.
El
cuerpo de Alejandro fue venerado en Alejandría durante siglos, y no
fueron pocos los que no dudaron en visitarlo: César le rindió homenaje,
también Marcó Antonio o Augusto, quién dejó ante él un estandarte
imperial. Hoy en día, la ubicación de la tumba de tan importante
conquistador o el lugar en que reposan sus restos sigue siendo un
misterio.
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